En lo más alto de los Andes, en un pequeño rincón apartado de la modernidad, vive una mujer de 82 años. Su historia es la de muchos ancianos que, con el paso del tiempo, han quedado solos, sin familia ni apoyo. A pesar del frío, de la dureza del terreno y de la escasez, ella sigue adelante con valentía.
Cuando la conocimos, su mirada reflejaba las dificultades de su vida, pero también una fortaleza inmensa. Con cada arruga en su rostro se narran años de lucha, de resistencia y de esperanza.
Hoy pudimos llegar a ella con una pequeña ayuda: alimentos, un poco de abrigo y, sobre todo, compañía. En su sonrisa vimos lo que realmente importa en la vida: la conexión humana, el amor y la compasión.

En nuestra sociedad, muchas veces olvidamos a las personas mayores. Nos enfocamos en el futuro, sin mirar a quienes nos precedieron. Pero su historia es un llamado de atención: hay miles de abuelos y abuelas en la misma situación, esperando un gesto, una mano amiga, una voz que les recuerde que no están solos.
¿Qué podemos hacer? Podemos estar atentos, ayudar a quienes nos rodean y brindar apoyo a quienes más lo necesitan. Un pequeño gesto puede cambiar una vida.
Hoy fue ella. Mañana, ¿a quién podremos ayudar?
Porque cada vida cuenta.